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lunes, 15 de diciembre de 2008

Somnolencia

Entierra esa fantasía mujer, me decía mirando al espejo, quizá ya he enterrado demasiado esos susurros interminables de agobio, tantos amaneceres, y ese hombre que alguna vez amé, aun esta aquí, pero sólo habita su recuerdo, él ya es otro, lo miro por la espalda, y a través del espejo lo veo llorar y lamentarse, como un niño, cómo aquel niño que conocí. Sus gritos interminables me hacían sentir en un vacío, también me lamento, quizá no debí hacer esto, quizá sea necesario decir que me arrepiento ahora, pero ya es demasiado tarde, sí, quizá sea sensato reconocer que lo hice por una intuición de momento y que ahora permanezco en esta cama, sin poder hacer nada. Miro por la ventana, lo mismo de todos los días, en el escritorio veo una carta, ¿para qué una carta?, ya he leído muchas por el momento, de felicitaciones, regalos, y un sin fin de cosas, que ya no importan, ya no importan, ahora sólo cabe recordar, sólo recordar. Ya en nebulosas veo las paredes de la habitación, a ese hombre que por un momento me hizo creer ser feliz, gritando y sollozando, acercándose a mí y besándome mis labios, que pena ya no sentir nada más, sólo escuchar el latido de mi corazón ser cada vez más monótono y leve.

Ahí me encontraba, sentada en mi escritorio, en mi primer trabajo, y enfermamente enamorada,
siempre fui tan ingenua, tan vulnerable a todo, todo lo iba guardando en mi corazón, jamás decía nada, no hacía problema por nada, sólo escribía, siempre escribía, y pensaba en ese hombre que revolucionaba tanto mis sentimientos, mi forma de ser, como actuaba, era tan cobarde, jamás le hablaba, me mantenía distante, evitando un posible rechazo seguido de una destrucción de mis anhelos y prejuicios que se iban tejiendo y fomentando en mi cabeza.

Ya ni recuerdo como fue cuando lo conocí, tengo una mezcla brutal de cada acontecimiento de mi vida, pero aún recuerdo ese beso, suave, paciente, que me hizo afiatar y aferrarme tanto a su conocimiento de un posible amorío.

- Amanda, Amanda, cómo has cautivado mi corazón - me abrazaba, me volvía a besar
- Créeme que no he hecho nada- pensaba que jamás hacía nada
- Quizá sean tus ojos, sea tu cabello, sean tus manos, Amanda eres tu- y me susurraba al oído
- Estoy enamorada- dije en palabras secas y alejándome un poco
- ¿Cómo así, de quién?- Me miró con un cierto temor a los ojos
- Sí, enamorada, ¿acaso no te has enamorado?
- Claro, pero de quién
- No me hagas hablarlo, ¿acaso no es evidente?
- No- me miraba con cara de qué diablos
- De ti- me acerqué y lo volví a besar

Parecía niña, pero siempre pensando en él, él y él, me olvidaba hasta de mí, siempre trataba de agradarle en todo, y hasta lo que me desagradaba hacerlo, lo hacía sólo por él, como yo me decía, esto es por amor, sólo por amor.

Cuando niña obedecía a todo lo que me decía mi madre, ella era igual con ese hombre que tenía, quizá eso fue lo que me hizo ser así...

Cuando iba a cumplir diez años, el mismo día de mi cumpleaños, mi madre había salido a comprar, y me había encargado hacer el almuerzo, era una niña, no quería hacerlo, así que me puse a jugar. Recuerdo todo muy bien, eran casi las tres de la tarde, y mi padrastro recién se había levantado y quería que le sirviera el almuerzo, obviamente no había nada hecho, su cara me dio tanto miedo, estaba furioso, mi corazón comenzó a latir con fuerza, mis manos sudaban, comencé a correr por la casa y me escondí en mi pieza, lloraba a mares, me veía en el espejo, adoraba mi pelo, era largo, colorín, mis lágrimas bajaban por mis mejillas llenas de pequitas. Llevaba un vestido blanco con cintas rojas. En ese momento ese hombre golpeaba la puerta de mi habitación, comencé a temblar, me tapaba los oídos con mis manos y rogaba a Dios que mi madre llegara y todo terminara de una vez. Aquel hombre abre la puerta de una sola patada, yo me escondo bajo mi cama, el comienza a buscarme hasta que ve bajo mi cama, esos ojos llenos de odio, yo ya no escuchaba, ni veía, sólo deseaba que fuera un sueño, quería despertar, y volver a jugar como una niña feliz que jamás fui. Me arrastró de mi pelo, el que amaba, y me pegó en mi rostro, no paraba de llorar, sólo le suplicaba que no me hiciera nada, me trataba de zafar de él, pero me era imposible, me agarró de un brazo, me tiró a mi cama y perdí la conciencia. Desperté cuando mi madre me acariciaba la frente, logré abrir mis ojos y me dijo:

- Roberto me ha dicho que te has caído, que sintió un golpe en el patio y eras tu que habías caído jugando- mi madre me miraba con cara de preocupación y me preguntó- ¿Estas bien ahora?

Me puse a llorar, y la abracé fuertemente, jamás le conté lo que había sucedido, sólo callé como siempre, lo único que deseaba era salir de ahí, y olvidarme de todo. Me sentía ultrajada, sucia, traicionada, maltratada, infeliz...Sólo quería olvidar, olvidar, no quería ser más una niña, mi inocencia se vio atacada, entre pensamientos, tomé unas tijeras y frente al espejo corté el cabello, el que amaba, caían al suelo, como plumas, hasta que en mi cabeza no quedó ninguno largo, se parecía a el corte del niño que amaba a escondidas y que ahora he logrado besar...

Así siempre hacía cosas por amor, y ahora que tenía al hombre que por tanto tiempo amé, quizá ya todo lo que sucedió haya valido la pena.

Todas las tardes me iba a buscar, se volvió rutina, una hermosa rutina. Un día Alberto se volvió distante, tan distante, en sus besos no sentía lo del primero, pero jamás hablé para no alarmarlo, siempre por amor. Pero un cierto día, en esos de su lejanía, inalcanzable que de mi parte no había ni un reclamo, camina por la calle, y no podía creer lo que en ese momento apreciaba, era Alberto, mi Alberto que se encontraba de la mano con Marta, sí, una tal Marta, jamás en mi vida la había visto, comenzaba a llorar, no podía ser, no lo creía, ellos se sentaron en unas de las mesas de un local y se besaron, yo salí corriendo y aguardé en mi departamento hasta que Alberto me llamara...El reloj de mi habitación marcaba las ocho con dieciséis minutos, era tarde, estaba oscuro y era una noche sin luna, hasta que el timbre de mi departamento sonó. Abrí la puerta.

- Hola Amanda, mi niña, ¿cómo ha estado?
- Tengo que hablar contigo- lo dejé entrar y cerré la puerta-
- ¿Qué sucede? tienes una cara de algo malo
- Pasa mucho Alberto, sabes- me calle y le dije secamente- Hoy te vi con otra mujer.
- Amanda, mi Amanda- comenzó a llorar- No sé que me sucede, no quiero hacerte sufrir, ahora se que piensas que no te amo, pero es todo lo contrario, créeme, ¿me creerías?
- No, porque me mientes, ya he pasado por mucho en mi maldita vida como para que venga otro bruto a destruirme- ya comenzaba a llorar- ¿Por qué me haces esto?
- Lo siento- se quedó en silencio con la cabeza gacha- No quiero que me perdones, lo que hice está mal, horrible, pero créeme que aun te amo- me miro a los ojos llenos de arrepentimiento- sólo que te amo.
- No digas más eso, yo aun te amo, pero no entiendo porqué estabas con ella, si me amas, no lo sé, no entiendo- me callé, me acerque a él y le dije- Temo perderte.
- Creo que he hecho todo lo posible para que eso suceda- se acercó y me besó
- ¿Y eso qué fue?
- Eso fue amor
- Amor...- mientras volvía a besarme pensaba en que podría volver hacer algo por amor, por él, por nuestro quebrantado amor, olvidar por mi, amar por mi, y actuar, sólo creer, creer en él. Y me perdía en sus pensamientos, en sus caricias, y caer nuevamente en su amor.

A la mañana siguiente, abrí mis ojos y vi a Alberto en mi cama, dormía igual que cuando niños, le acariciaba la frente, me acerqué un poco para besarlo suavemente y fue ahí cuando despertó. Mi Alberto, mi amado Alberto, se repetía en mi mente, creyendo que la suya me escucharía. Finalmente él abrió sus ojos.

- Quiero ser madre- le dije
- Yo cuando niño quería ser militar- se levantó, se vistió me beso la frente y se marchó.

Jamás lo volví a ver, lloré por él una semana entera, hasta que me dio nauseas de tanto llorar, nauseas sus besos, su recuerdo, su aroma, hasta que fui corriendo al baño a vomitar cuando me acordé de Alberto.

Recuerdo que una vez Alberto me hizo una promesa, ese “jamás te dejaré”, son puras patrañas, pero le creí y es por eso que tanto me dolió. Si fue un verano en la playa, me lo prometió, Dios, me lo prometió, cómo así alguien no puede cumplir su palabra, quizá me quiso solamente utilizar, o quizá verdaderamente me amaba, no lo sé, ya no sé que pensar, sólo pienso en lo desafortunada que soy, y ya no puedo hacer nada, sí, talvez fue mi culpa, no hablé lo suficiente, o quizá escribí mi vida en demasía, o también existe la posibilidad que el único que haya escuchado mis revelaciones, mis complejos haya sido Dios, quizá sea necesario culparlo a Él, no, ¡no!, quita esa pesadilla de mi cabeza, ya comienzo a delirar, eso me entrega la vida, mi única pasión se ve desbaratada por las corrientes desafortunadas de aquella mujer, pero bueno, no puedo ser tan egoísta, mi amado Alberto es más feliz así y eso lo debo aceptar, un ardor en mi cien hace retumbar con un eco cada palabra que compongo, y ni siquiera mis labios son capaces de traducirlos en mi habla, esa mi voz, callada, silenciosa, que pensó que sólo con besar se acabarían mis problemas, y si siempre anduve llorando fue porque , porque, que se yo, no se ni siquiera porque lloro, sólo cuando me siento desilusionada, ¿desilusión? Ahora entiendo muchas cosas, si son las desilusiones las que me aturden y me hacen caer en un sopor infernal, sí, por eso, si a ese hombre lo amaba y aun lo amo, lo amo con odio, ¿amo con odio? ¿acaso eso se puede? es como llorar de alegría, entonces si se puede, bueno, entonces ahora río y talvez así se me pase esta desilusión maldita que me hace atormentar. Es ese recuerdo en la playa, ese, el de la promesa de aquel hombre que me dejo y que ahora renace sus imágenes en lo recóndito de mis pensamientos con recelo, de ese que te lleva al baño, y tu ya ni entiendes que ocurre en tu cuerpo, es ahí donde me asaltó una duda, esa duda femenina, que revoluciona tanto, y dude de estar embarazada, pero embarazada de Alberto. A eso le llamé problema embarazoso.

Así mi deseo se hizo realidad, al mes supe que estaba embarazada, por un momento estuve feliz, pero recordé, porque lo había olvidado, y caí en la difusa conclusión de que el padre de mi hijo era Alberto, aquel hombre traidor, y ahí caí en la conclusión de que eso ya lo había dicho, no quería odiar mi embarazo, pero él era el padre y eso me hacia detestar en cierta parte mi estado.

Mi vientre crecía y crecía, y mi cabello jamás lo hizo, apenas tocó mis hombros y eso es una exageración, porque la verdad que permaneció tal y como lo corte a los diez años, y ese cabello que corté se desvaneció, y jamás lo volví a ver en el suelo de mi habitación, una lástima, era realmente hermoso, y ahora que miro bien en ese espejo ni mis ojos son iguales, están oscuros, tan oscuros como la noche que Alberto me dejó y no entiendo porqué se ha ido la miel de mi iris, es una pena, y esa tristeza me imposibilita a contar lo que sucedía en ese tiempo de embarazo, pero creo que eso también ya es cosa del olvido, ahora se viene a mi mente lo que ocurrió a los siete meses. Siete meses de embarazo tenía, creo que fue así, ya no recuerdo muy bien, nació mi hija, tan blanca. Paz pasó a ser lo más importante en mi vida, es lo más importante en mi vida, aunque ella no lo crea así, jamás le demostré mi cariño, no quiero hacerle daño, me gustaría decirle lo mucho que la amo.

Esto realmente es una cosa absurda.

Me acabo de casar, anoche fue mi boda, Leandro no sé si realmente me ama, pero así ya no puedo seguir, y creo que cuidará bien de mi Paz, jamás pude entregar mi amor, nadie jamás lo quiso recibir o yo no lo entregué como correspondía, me siento sola, ya casi ni veo a Leandro, creo que habla por teléfono, a lo lejos veo a mi Paz...Creo que tomé muchas pastillas, si eso creo, ya ni siento mi corazón, tengo ganas de llorar y no puedo, tengo ganas de decirle a mi Pacita, mi hija, que me perdone, pero no puedo hablar. Dios perdóname, Pacita perdóname, perdóname por jamás cuidarte...

La luz de la habitación se ve tenue, oscura, el aire ya no entra, tengo sueño, una somnolencia aguda me ataca, deseo dormir y jamás despertar.

Amanda permaneció inmóvil, y se quedó dormida.



2 Discreciones:

D M.A dijo...

^^
muy bien..
sigue y que nada detenga esas manos aladas.
besos y flores
Daniela

michelox dijo...

mmmm me encanto, deberias escribir mas seguido lo haces bien
cuidate
saludos